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ADRIÁN NAVARRO - EL CAMINO DEL ACTOR

Mientras se prepara para trabajar en el lobo, la nueva tira de pol-ka que se emitirá por el trece en horario central, el actor recuerda sus primeros años de carrera y su reciente experiencia en la pantalla grande. “trabajo para que el otro pueda disfrutar de lo que hago. Me gusta contar cuentos”, dice.

TEXTO MARU DROZD
FOTOS VICTORIA EGURZA

“No puedo vivir sin actuar. Enloquecería si no trabajara”, dice Adrián Navarro con su voz ronca, un hablar pausado y una calma que invita a la escucha. Tal vez se deba a que, a los 42 años, está donde quiere estar y hace lo que siempre quiso hacer. Lograr eso, en el difícil mundo del espectáculo, no es poco.
Navarro se define, ante todo, como un laburante, y dice que, para él, la actuación es estar conectado con la vida. Lejos de cualquier pretensión al que la popularidad puede habilitar, el actor se ocupa de aclarar qué es lo más importante para él. “A mí me gusta trabajar”, dice. Seguramente allí yace la clave de su éxito.
Trabajó en teatro, televisión y en cine, donde interpretó a Juan Duarte en “Ay, Juancito”, de Héctor Olivera, trabajo por el que ganó el premio Cóndor de Plata como revelación masculina y al mejor actor en el festival de cine de El Cairo. También se lo pudo ver en Ciudad en celo, Solos, El amor y la ciudad y Medianeras, entre otros films. En teatro, se destacó en La pecera, Historias exageradas, Somos así, La parte y Jardín de otoño. Por último, en televisión, se lo pudo ver en Buenos vecinos, Yago, Son amores, Culpable de este amor, Doble vida, Montecristo, Vidas robadas, Cuentos de Fontanarrosa, Herencia de amor y Secretos de amor, entre otros programas.
Además de encarnar a uno de los protagonistas de El lobo, que se estrenará próximamente por El Trece, participó en los unitarios Maltratadas e Historias de la primera vez. Poco tiempo atrás, también se lo pudo ver en la pantalla grande, con La patria equivocada, una película de Carlos Galettini que ganó el premio del Bicentenario. “El film cuenta parte de la historia de la Guerra de la Triple Alianza, la batalla de Curupaytí y el fusilamiento de los soldados Patricios. De ahí surge el nombre de la película; fue un error y un horror lo que se hizo en aquella guerra contra Paraguay. Es un modo de volver a la historia, que siempre debería estar presente”, cuenta.

En La patria equivocada, tuviste un triple desafío con tu personaje…
Sí. Mi personaje se llama Federico López, es un teniente del ejército que hace trabajos por encargo y al que le piden que salga a buscar desertores. Tiene una relación con el personaje que interpreta Juana Viale en dos momentos. En la historia, mi personaje aparece en tres momentos: uno a los 27 años, otro cuando tiene 40 y el último a los 60. En estos dos últimos momentos se encuentra con el personaje de Juana. El teniente López es el encargado de traer a un desertor llamado Clorindo, que es el padre de Juana. Y como ella ve cuando entregan a su padre, jura venganza. A lo largo del tiempo, hace la mejor cacería que puede hacer un cazador y, después de 20 años, consigue la presa que estaba buscando. Además, participan Esteban Pérez, Elio Marchi y Juani Bianco entre muchos otros. Es una historia de amor y venganza, una adaptación del libro de Dalmiro Sáenz, que transcurre entre 1806 y 1898, y se filmó en San Luis y Córdoba.

¿Cómo elaboraste tu personaje?
Obviamente, primero hable con el director. Después fui dejándome llevar por la imaginación. Como interpretó un personaje que vive tres momentos distintos en casi 100 años de historia, fue un gran desafío para mí. Sobre todo, interpretar al hombre de 60 años, porque es una edad que todavía no viví. Así que fue un desafío importante, interesante, inquietante.

¿Te sentís más cómodo haciendo teatro, televisión o cine?
Básicamente, me gusta trabajar. Puedo trabajar en cualquier área, ya sea en televisión como en teatro o en cine. Me divierte. Por supuesto, en cada espacio el trabajo se encara de una manera distinta. En teatro, uno comienza ensayando una pieza y, una vez que se estrena, empieza y termina la obra. Tenés contacto con el público, que te genera una adrenalina muy particular. El texto siempre es el mismo, pero uno va buscando la manera de experimentar y explorar cosas nuevas dentro de la misma pieza. Por otro lado, la tele es un ejercicio necesario porque te da un muy buen entrenamiento y una agilidad que tal vez no ofrecen el cine ni el teatro. Y permite que más gente conozca tu trabajo, te da popularidad. La tele es el aquí y ahora. Por último, en cine, tenés la posibilidad de empezar filmando la última escena y después pasar a la mitad del libro, o al principio. El trabajo terminado uno lo ve recién después de dos o tres años, cuando se estrena la película. Los procesos son diferentes.

¿Qué opinás de la actualidad de la televisión argentina?
La verdad es que no miro mucha tele. Veo cosas puntuales. Por ejemplo, ahora estoy viendo los unitarios impulsados por el INCAA, pero no soy un teleadicto ni estoy muy atento a lo que pasa en el medio. En la actualidad hay muchísimas más ficciones que hace unos años, sin ninguna duda. Eso me parece genial. Creo que el apoyo del INCAA a las producciones locales es un acierto porque genera mucho trabajo. Hoy ya no es fácil conseguir un técnico porque están todos muy ocupados. Me parece que estas iniciativas hacen bien a la salud del medio, al bolsillo, a todo.

¿Y el cine nacional?
Me gusta mucho ver cine argentino. Por suerte, se hacen muchas películas. También hay bastantes producciones que se hacen a pulmón porque los presupuestos no son muy altos. La verdad es que hacen magia acá, no solamente cine.

¿Hay algo que aún no hayas hecho como actor y que te gustaría hacer?
La verdad es que no pienso en eso. Los trabajos se van presentando y uno puede aceptar algunos y rechazar otros. En principio, me tiene que gustar el personaje que me proponen. Me enamoro de los personajes y eso es importante para mí. Me gusta conocer al personaje ver cómo lo puedo desarrollar.

¿Y hay algo que no harías?
No, haría todo. Me gusta laburar. No soy muy obediente en el sentido de que, una vez que leo el libro, hago una propuesta propia respecto del personaje. Obviamente, siempre construyo el papel con el director, pero tengo una posición ante el personaje una vez que lo empiezo a trabajar a nivel intelectual. Y, después, las cuestiones intelectuales quedan a un costado y cobra importancia el inconsciente. Entonces, dejo que todo fluya.

¿Cómo llegaste a la actuación?
Empecé a estudiar teatro cuando era muy chico, a los 14 años, con Horacio Ranieri. Después seguí con Beatriz Matar. En ese momento sentí la necesidad de profesionalizarme, de dedicarle muchas horas al trabajo, al estudio. Después continué formándome con Agustín Alezzo. Ellos me dieron todo.

¿Siempre estuviste tan convencido de que te ibas a dedicar a esto?
En realidad, estudié arquitectura, que era la profesión que me gustaba mucho cuando era chico. Finalmente, un día, empecé a buscar con quién estudiar teatro. Siempre quise ser actor, desde chiquito. No tenía un incentivo en mi casa o grandes referentes a quien seguir. Lo único que tenía era mi interés, la necesidad de expresarme de alguna manera. Sentía que tenía cosas para contar. Tanto Beatriz como Agustín, mis maestros, me ayudaron mucho a recorrer el camino del actor. Me daban cartas de recomendación, me abrieron el camino. Yo también pedía. Tenía la necesidad de vivir de esto, de trabajar. De todas maneras, me llevó bastante tiempo lograrlo. De hecho, empecé a vivir de la profesión a los 33 años. Antes era un busca. Trabajé de mozo, fui taxista, vendedor…

¿Recordás tu primer trabajo como actor?
Sí, y tengo un pésimo recuerdo [risas]. Fue un trabajo que hice en Sin condena, en canal 9. No la pasé nada bien, estaba muy nervioso. Me acuerdo que interpretaba a un personaje que se llamaba Luis. Me llamaron, me dieron el libro y me dijeron que vuelva al día siguiente, que íbamos a hacer un ensayo. Cuando me fui, empecé a hojear el libreto y ví que Luis estaba en todos lados. Entonces volví y pregunté cuál era mi personaje porque me parecía que se habían equivocado [risas]. La respuesta fue: “¡Luis! ¿No ves que está escrito ahí?”. Yo había ido a buscar un bolo y, al final, era uno de los tres protagonistas del programa. Me fui de ahí con unos nervios tremendos. Esa fue mi primera experiencia televisiva. Tenía mucha letra y la verdad es que la pasaba mal. Me molestaban las luces y andaba con los ojos medio cerrados [risas]. Después, estuve mucho tiempo sin hacer nada. Como no la había pasado bien, no tenía ganas de hacer otra cosa así. Después de varios años, con el tiempo, empecé otra vez. Sentía que el camino que tenía que recorrer pasaba por ahí, por la tele. Sobre todo, para poder empezar a vivir de la profesión, a morfar.

¿Sentís que tu carrera tuvo algún momento bisagra?
Hice mucho teatro, muchas obras con grupos de amigos, en sótanos. Incluso, en sótanos debajo de sótanos [risas]. Un trabajo que me marcó mucho fue una obra que se llama La pecera. Con esa obra me fui a España y, cuando volví, hice un casting para Ay, Juancito. En ese momento cambió un poco mi rumbo. Empecé a trabajar mucho, a vivir de la profesión y a sentirme actor. En televisión sucedió lo mismo. Hice muchísimos bolos hasta que, en un momento, decidí no hacerlo más. Me aburría, sentía que no iba a ningún lado, que estaba trabado. No quería más. Quería interpretar un personaje. Y la verdad es que pensé que nunca más en la vida me iban a llamar para trabajar, por la postura que había tomado. Finalmente, un día me llamaron para hacer un personaje en una telenovela. Creo que fue en Yago, donde interpretaba a un cura.

¿Cómo te llevás con la popularidad que te da la televisión?
Me llevo muy bien, no tengo demasiado rollo con eso. Creo que es parte de lo que uno hace. Uno trabaja para que la gente lo vea, no solamente para uno. Trabajo para que el otro pueda disfrutar de lo que hago. Me gusta contar cuentos. Me parece que eso es lo que soy: un contador de cuentos.

¿Hacés algún tipo de entrenamiento?
Cuando tengo un impasse de trabajo, me dedico un poco a la voz y la respiración.
Por suerte, encontré la manera de mantenerme ocupado todo el tiempo, escribiendo o leyendo mucho, buscando piezas de teatro para hacer. Podría considerarse trabajo no remunerado, pero me gusta la autogestión. Siempre estoy trabajando. Dentro de unos años, me gustaría dirigir alguna obra. Me apasiona la totalidad del trabajo, poder mirar el todo de una película.

¿En qué cosas te fijás a la hora de trabajar?
Siempre es importante tener buenos compañeros. Las cosas no se pueden hacer solo. Uno tiene que estar rodeado de un grupo de gente que tire del carro con la misma fuerza. Cuando es así, las cosas funcionan. Si no, a mitad de camino se sale una rueda o se rompe una soga; siempre sucede lo mismo. Sin embargo, cuando todos tiran con la misma fuerza para el mismo lado, se llega a un buen puerto.

Qué proyectos tenés para este año?
Participé de la miniserie La defensora de Alberto Lecchi, producida por Héctor Olivera. Y voy a formar parte de la nueva ficción de Pol-Ka, El lobo. El programa va a estar protagonizado por Gonzalo Heredia y Vanesa González. También van a estar Osvaldo Laport, Luisana Lopilato, Esteban Pérez, Laura Azcurra, Esteban Meloni, Viviana Saccone, Mónica Galán, Peto Menahem, Marcelo de Bellis y Luis Machín.

Fuente: revistag7.com

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