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Desde la obra Por tu padre comparten una extraña relación. En la vida, uno asume su apoyo al Gobierno, mientras que el otro critica la ausencia del Estado en temas claves.

Por Ana Seoane


Cómplices. En la sesión fotográfica. Antes, Luppi se ofuscó por su vínculo K, mientras Navarro destacó la necesidad de ficciones que exhiban los problemas delictivos del país.

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Volvió a los escenarios porteños, junto a Adrián Navarro y de la mano del director Miguel Cavia, a quien él mismo eligió para hacer Por tu padre, la obra del dramaturgo brasileño Dib Carneiro Neto. Apenas se inicia la charla con los protagonistas, Federico Luppi advierte: “Me dicen K sólo porque apoyé alguna de las medidas buenas que hizo este gobierno, pero soy Federico. Quiero defender a este gobierno democrático, porque está haciendo las cosas razonablemente bien”. Enojado y frontal, el actor continúa: “Lo digo y me critican. Me indigno, porque lo que digo es lo que viví, no me contaron ni lo leí. Los que ahora se oponen en el Congreso fueron los que nos robaron y no nos defendieron”. Dicho todo esto, los dos protagonistas se zambullen de lleno en el proyecto que los une.

—¿Qué les atrajo de la obra?

LUPPI: Cuando lo leí me encantó, pero su autor –un hombre de la cultura de San Pablo– tenía a mi juicio muchas repeticiones y una sintaxis alejada de la nuestra. Pedi permiso para adaptarla, porque el tema es precioso. Aquí se muestra a un joven con padre ausente. Adrián (Navarro) interpretará a este típico tercero excluido, con dificultad para entender el amor, la sexualidad y la seducción. En mi caso haré dos papeles, el padre y el amante de su madre. Hombres opuestos, aunque ambos viejos difíciles, uno mejor que otro. Se habla de la paternidad y la culpa. La pieza tiene bastante humor y lo que aparece es la construcción de una personalidad, que es la del hijo.

NAVARRO: Me encantó la complejidad de los personajes. El año pasado también había interpretado a otro hijo conflictuado en Tres viejas plumas. Aquí debo mostrarme primero estancado en los 12 años y luego me transformo en un hombre de 40. Me atrajo trabajar nuevamente con Federico, algo que habíamos hecho en la película Que parezca un accidente, que rodamos en Canarias. Cada espectáculo me da la posibilidad de seguir creciendo como actor. Se aprende sobre el escenario y abajo, en los ensayos y en los cafés.

—Federico, Miguel Cavia lo había dirigido en “El vestidor” en 1997. Fue un éxito de tres años.

FL: Sí, pero en teatro nunca se sabe qué puede funcionar. Quise elegir un director sensible, que trabaje y que sea buena persona. Aquí, en Argentina, hay muchos, pero me dieron ganas de volver con Miguel (Cavia). Hoy prefiero trabajar con buena gente, antes que con genios. Uno entra lentamente en el túnel de los dinosaurios, la pasión está intacta, pero la ilusión se resquebraja.

—Adrián, ¿cuándo se sumó al proyecto y cómo lo compartirá con la televisión?

AN: Faltaba algo más de un mes para estrenar y tomé el compromiso de trabajar para que no cambiaran la fecha prevista. Cuando salía de los ensayos me iba a mi casa para seguir estudiando. Tanto Federico como Miguel (el director) aceptaron lo que proponía a partir de mi personaje. Además todavía no empecé con las grabaciones para la televisión, que serán a partir de abril.

—¿Será una versión de “Piel naranja” para Telefe? ¿Cuestionadora como “Vidas robadas”?

AN: Nunca la vi de esta manera, el 85% de lo que leí sobre la tira no es cierto. Estarán Soledad Silveyra, Arturo Puig y Juan Gil Navarro. Las ficciones nunca superan la realidad. Lo que pasó con Vidas robadas fue importante, porque la situación se hizo más pública y algo se ayudó. Pero se deberían hacer muchas tiras en el año sobre este tipo de realidades. Porque siguen existiendo prostíbulos y menores desaparecidos. No entiendo cómo sucede en un país democrático. Hoy ¿quiénes son los responsables de que a niños de 10 o 12 años los saquen de sus casas para prostituirlos? ¿Nadie se hace cargo? La gente que tiene poder lo sabe. El problema es que el delito da dinero, y mucho. Como actor siempre intento colaborar, buscando ficciones que cuenten algo que sirva para abrir los ojos o tomar conciencia. Espero que esta tira tenga alguna de estas verdades, aunque en el horario que irá (14 o 15 hs) no podemos tocar determinados temas. Hay que respetar las reglas. No debe haber violencia en las tardes de la televisión. Somos todos responsables de lo que vamos a contar y cómo lo haremos.

FL: Esta desaparición de chicos y chicas es casi endémica en Europa, agravado por las mafias que trafican con inmigrantes. Hay trata de blancas con los países del Este, y es muy difícil solucionarlo.

—¿Y la política?

AN: No me tienta, porque no sé. Mi vocación es ser actor y estudié para serlo. Creo que los políticos no se preparan.

FL: Hoy tengo dificultades con los medios por mi apoyo a la Ley de Medios. Soy un laburante. La gran diferencia es que en España, como en Europa, se pierden capas de sensibilidad. No alcanza con la tecnología, se necesitan médicos con vocación y pasión. Aquí estamos discutiendo por los pliegos a Mercedes Marcó del Pont y creo que hay temas más importantes.

—Y en lo personal ¿qué otras diferencias encontró?

FL: Cuando llegué a España, con 68 años, quise sumarme a una prepaga y me dijeron: “está en el límite”. Finalmente me hicieron socio, pero ahora que pasé los 70 años me cuestionan. Lo puedo contar con cierto desparpajo: no puedo sacar un crédito, ni hipoteca, ni me dan tarjeta de crédito, ni alquilar un departamento a mi nombre porque mis años no les permiten fiarse si lo hago. Mi edad me impide acceder a los componentes básicos de la vida cotidiana, pero sí me exigen que pague impuestos y tenga la misma actividad de un hombre de 32 años. Soy un cero a la izquierda, pero me obligan a trabajar como joven. El sistema es expulsar temprano a la gente improductiva e incorporar muy temprano a la productiva. No encuentro imaginativamente una solución salvo el día que toda la sociedad se comprometa a cambiar. Todo sistema se corrompe –incluso Rusia– cuando olvida al ser humano.

La soledad del amo


Se recuerdan las dos últimas direcciones de Miguel Cavia: El vestidor, con Luppi y Julio Chávez, en 1997, y en el año 2000 Viaje de un largo día hacia la noche, de Eugene O´Neill, con Norma Aleandro y Alfredo Alcón. Después llegaron sus trabajos con la comunidad de San Martín y sus clases en el estudio de Julio Chávez. Fue Chávez quien lo hizo retornar a los escenarios independientes como actor de dos de sus creaciones: Como quien mata a un perro y La de Vicente López.

“En estos años aprendí –confiesa Cavia– a sentirme agradecido cuando trabajo con actores que se inician, que están aprendiendo. Reconozco que en la vida el paso del tiempo nos debe devolver un sentido. Actuar es lo que más me descansa. Uno sabe que está en manos de otro que mira la totalidad. Mientras cuando ejercés la dirección, en algún momento te sentís como un amo y eso implica una soledad muy grande”.

El proyecto se inició con otro actor (Pablo Rago), pero al mes de ensayar se retiró del espectáculo. “Renunció y nos sorprendió –aclara–. También nos generó un gran vacío, porque no dialogó, ni tuvimos ninguna explicación suya. Espero en algún momento cruzármelo y preguntarle qué le pasó.”

Habla de la pasión de Luppi por los textos, y el tiempo que pasó desde la última vez lo valoriza de manera positiva. “A Federico lo veo depurado en su oficio, consiguió con los años transcurridos una notable economía de recursos. Aliento el riesgo; si vamos a lo seguro es peligroso y el teatro no ocurre”, finaliza.

Fuente: Diario Perfil


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