Adrian Navarro paso de sorprender como revelación en el papel de Juan Duarte en el cine (Ay, Juancito) a encarnar a un hijo de desaparecidos en Montecristo, y este año pego un salto interpretativo poniéndose en la piel de uno de los villanos de Vidas Robadas, la tira de telefe. Mientras espera el estreno de que parezca un accidente, film que protagonizo con Federico Luppi y Carmen Maura, proyecta protagonizar una película sobre un guion que coescribió con Marcelo Figueras y repasa el camino recorrido. Su visión del éxito y la popularidad, su elogio del riesgo y la falta de prejuicios al actuar, su pasión desde los 14 años.
Salir a la calle con Adrián Navarro ya no es lo mismo que hace un par de años, cuando empezábamos a cruzarnos en Festivales de cine. Desde hace un tiempo en cualquier esquina lo piropean y lo saludan; si caminamos una cuadra mas, hacia la avenida, no faltara quien lo apunte con un celular para sacarle fotos, y hace solo 1 mes, frente a una ovación de cientos de mujeres durante la presentación del capitulo final de Vidas Robadas- la novela que protagonizó en Telefe- , el tipo logro opacar al galán de turno, nada menos que Facundo Arana.
Galán de novela, estrella elegida en un mundo de fantasía, Adrián Navarro se volvió popular, y eso-respaldado por el salto interpretativo que ha dado y sus ganas de divertirse-es una muy buena noticia. Talvez por eso sonríe ahora, o se muestra sorprendido, a cada rato.
Si algo hace Adrián Navarro esta mañana-bar de barrio en el sur de la Cuidad, café con leche con medialunas y toda la mañana por delante para conversar-es decir que esta sorprendido.
Contento y satisfecho por el camino recorrido.
Por eso para comenzar esta entrevista, el actor cuenta que cuando ahora le palmean la espalda y le dicen “Que sigan los éxitos”, él piensa “Que siga el trabajo”. Y mientras puede sigue jugando aferrado a una necesidad de expresarse que descubrió en la infancia y lo llevo a anotarse a los 14 años a un taller de actores con Horacio Ranieri al que le siguieron otros con Beatriz Matar y Agustín Arezzo.
Para decirlo todo y hacerlo reír otra vez con el recuerdo de un titulo de revista de espectáculos en el que decía “de chico soñaba con ser galán”, aunque hayan sacado su frase fuera de contexto, él mismo admitirá que cuando empezó a estudiar Teatro, la idea de convertirse en galán era una fantasía bien concreta. Por ese chico creció, se enamoro de una mujer que lo acompaña desde hace diez años, formo una familia y, en el camino hacia la continuidad laboral como actor, subió unos cuantos escalones; recorrió pasillos, tocó puertas, tembló al actuar-como confiesa de repente y cuando el cine le abrió por fin las puertas con su recordado protagónico como Juan Duarte el hermano de Eva Perón en, Ay Juancito! (2003 Héctor Olivera), ya no se detuvo más.
Este año, luego de aparecer en una decena de películas, también se dio el gusto de filmar con Federico Luppi y Carmen Maura en una ciudad de playa de España, con la dirección de Gerardo Herrero.
Y entonces, ¿como te sentís con esto que te ha ido pasando?
Estoy contento, y no dejo de sorprenderme.
Hace solo cinco años que vivo plenamente de la profesión y no quiero hacer otra cosa.
Quiero dedicarle todo el tiempo a esto. Cuando no estoy trabajando, sigo estudiando o investigo: veo cine o teatro, escribo, estudio algunos comportamientos. Mi trabajo es un juego. Ir a trabajar o hacer una escena puede ser tan fantástico como ir al cine a las nueve de la noche o sentarme a leer un libro a las tres de la tarde.
¿Por qué dijiste en un momento que al comienzo, cuando actuabas, alguna vez te ponías a temblar?
Buenos cuando hice mis primeros bolos me pasaba. Y cuando empecé también pensaba: ¿qué tengo que decir? ¿Cómo tengo que actuar? ¿Cómo tengo que presentarme? Con el tiempo, pude relajarme y empecé a pasarla bien. En las notas, por ejemplo, soy más espontáneo. Vos venís a hablar conmigo, no con un personaje.
Cuando preparo un personaje, armo una línea de pensamiento y no sabes cómo me divierte ese juego ese esquizofrénico de meterme a pensar de otra manera. Si hago un asesino como Dante, mi personaje en Vidas Robadas, tengo que entrar en un juego perverso que puede ser muy atractivo.
¿Cómo llegaste a ganar seguridad o confianza?
Seguridad, lo que se dice seguridad, no tengo (se ríe). Pero hoy puedo decir lo que ves, es lo que soy, que esto es lo que hago. Hoy me siento cada vez más cerca de los lugares a los que quiero ir. En el camino, seguramente, tenga que hacer algún zinzagueo, pero sé donde está mi objetivo. ¿Qué busco? Trabajar, tener una buena vida: trabajar de lo que me gusta, estar bien con mi familia, tener hijos que tengo, conservar mis viejos amigos, viajar…
¿Y “los sueños de ser galán”?
Bueno, esa frase estaba un poco sacada de contexto, me resultó muy gracioso. Yo pude haber terminado siendo una especie de galán (se ríe), pero no soy el típico galán. Yo no soy un personaje como el típico galán. Hay tipos que los ves y decís: “Este es un típico galán”. Yo no me veo ni me siento así. Con esta novela (Vidas…) ahora apareció una euforia, una cosa femenina, y no sólo femenina, sino también muy masculina…Pero no sé. Con este personaje aparecieron cosas que también dan un poco de miedo porque ¿a quien aplaudían el otro día? Dante era un asesino, un perverso, un asesino, un violador Me preocupo un poco que aplaudan a un personaje nefasto.
El personaje era asesino y perverso, pero tenía su vulnerabilidad…
Los malos de la historia, llegaron a ser más populares que muchos buenos.
Si, pero Dante igual era un ser despreciable. Si un perro ataca una vez, ya no podes confiar.
Dante era un animal que había atacado una vez y había defendido otras, pero podía volver a atacar en cualquier momento.
¿A qué te referís con euforia masculina? ¿Y las chicas? ¿Cómo es salir a la calle, o pararte frente a ese teatro lleno el día del capitulo final, y que te griten todo tipo de cosas o que pongan tanta expectativa en vos?
Es raro porque la gente espera. Y si hay algo que aprendí en mi vida es a no esperar nada del otro. Si quiero algo, lo pido. A veces siento que la gente espera algo de uno. A lo mejor estoy con mis hijos en la calle, voy caminando, y alguna persona se acerca y me pide una foto. Para sacar una foto, tenés que parar, sacar a tus niños, sacarte la foto; la gente se te pone a hablar y no puede ver que estás con dos chicos. En ese caso yo prefiero que sea en otro momento. Lo de la foto es extraño. La gente quiere la foto, y no hay nada mejor que el momento vivido; la foto no sirve para nada.
Yo nunca me saque una foto, este año estuve trabajando con Federico Luppi, un tipo que admiro mucho, y no me saque ninguna foto.
Yo quería compartir momentos con él. Trabaje con Norma Aleandro, con Jorge Marrale, con Carmen Maura, y lo que me quedaron fueron momentos compartidos, haber podido mirarlos a los ojos, que me dieran una cosa o nada. Algo chiquito como “que te vaya bien”. O un consejo dado a tiempo.
También te escuche decir alguna vez citar a Mafiesto cuando decía “Sólo soy un actor”…
Si, me siento identificado con esa frase porque en un punto es eso. ¿Qué puedo darles yo, fuera de lo que doy? Lo que doy es lo que ven.
Soy un bufón que les cuenta un cuento, y es maravilloso poder estar dentro de ese cuento.
Cuando termina la escena no te voy a decir que deja de ser maravilloso, pero me quiero maravillar con otras cosas, con las reacciones y actitudes de mis hijos, con los ratos que comparto con mis amigos cuando salimos.
Quiero reírme, no estar cuidando la forma o la postura. Por eso digo que no me considero un galán. Un galán debe cuidar su forma.
Y este fenómeno, el éxito de las chicas, ¿no te levanta la autoestima? ¿Qué haces con toda esa energía después de que te ovacionan o te gritan más que al protagonista de la novela?
Eso es un juego y me encanta. El otro día cuando Salí del teatro, era una ovación, no me esperaba algo semejante. Una cosa es ver que alguna persona te saluda por la calle y otra es escuchar todo un coro, un montón de gente gritando. Es algo tremendo. Me quedé impresionado de la reacción de la gente, de las chicas jovencitas. Yo antes tenía un target de seguidoras (se ríe), y creo que eran de mi generación para arriba, pero ahora las adolescentes chiquitas, las nenas me gritan.
Voy al colegio de mi hijo y las chicas de 12 o 13 años también gritan algo. Eso me enternece y a la vez marco una distancia entre la niña y yo, porque no es lo mismo una mujer que una niña. A una niña le pasan cosas de niña y se enamora de un señor casado, de barba y pelo blanco, pero es una niña.
¿Tu mujer y los chicos también te hacen devoluciones?
Bueno, mi hijo tiene 8 y no vio la novela, se fue enterando de lo que pasaba porque le contaban en el colegio, y un día me empezó a decir: “Papi, los chicos en el colegio, dicen que sos un asesino”. Le explique que no era yo, sino Dante. Y empecé a mostrarle algunas cosas.
Después vio el final y ese día fue lindo porque sentí que estaba grande que podía entender mejor, que pudo separar. Hasta entonces, yo no quería que viera la novela porque no era una historia para que vean los chicos. Para mi hija de 3 años, todo es más natural, porque nació con un papá que trabaja como actor.
A veces es gracioso porque conoce a mis compañeros de trabajo y frente a la tele de repente dice: “ella es mi amiga” o “Mirá, ella me vio hoy a mí”.
¿y tu mujer?
En casa no se habla mucho de mí. En casa se habla de las cosas de la casa. Me acuerdo que hace unos años, cuando llegue a mi casa, me senté en la cocina y pregunte: “Que vamos a comer?”. Yo ya había filmado Ay, Juancito, y mi mujer estaba haciendo mil cosas a la vez, estaba con Facundo, preparaba la comida, a la vez escribía algo para el trabajo, subía, bajaba. Y me contesto: “No sé qué vas a preparar vos”. Yo le dije que veía que estaba cocinando, pero entonces me dijo: “Mira Adrián, si pretender que cada vez que entres en casa yo te aplauda, te equivocaste de lugar”. Y tenía razón. Yo también tenía que ponerme a hacer las cosas de la casa. En mi vida personal, tengo una compañera que me banca; le encanta lo que hago, disfruta del momento. Y como esta tan segura de lo que hace y de lo que es, esta relajada, puede disfrutar de que me griten a la salida de un teatro o lo que sea.
Antes de trabajar como actor hiciste todo tipo de trabajos ¿no?Sí, hice de todo. Yo he ido adquiriendo las cosas con mucho trabajo. La gente a lo mejor piensa: “Mira lo bien que le va a este de golpe”, de golpes que recibí (se ríe). Esto no fue de un día para el otro. Antes de hacer Ay, Juancito, cuando tenía 34, le dije a mi mujer que si no lograba una estabilidad laboral cuando cumpliera 35, me iba a dedicar a otra cosa…. A los tres meses estaba filmando la película, y mi vida cambio rotundamente. Recuerdo que cuando iba al casting, internamente sabía que ese personaje iba a ser para mí. No lo digo desde la soberbia, sino desde el sentimiento. Había leído mucho, había hablado mucho, había visto sus fotografías y de alguna manera me sentía ese personaje.
Antes hablabas de Luppi y de Carmen Maura. ¿Cómo fue la experiencia de rodar en España?
Yo ya venía haciendo películas acá, pero en Europa se trabaja de otra manera. Desde la recepción en adelante, todo es distinto. Trabajar con Luppi fue increíble porque él es un actor al cual vi durante muchos años de mi vida, igual que a Carmen Maura. En la primera escena que hicimos, yo la iba a visitar a su departamento para ofrecerle mis servicios, y hasta ese momento no la conocía. Me acuerdo que le dije: “Hola”, y ya estábamos ahí…
Es fuerte enfrentarse con estos personajes que te hicieron reír y emocionar tanto. Y fue interesante porque mi personaje era uno de esos totalmente para afuera, un opa, un tipo que piensa raro. Poder mirar a Carmen Maura a los ojos y divertirnos juntos fue increíble.
¿Alguna anécdota con Luppi?Con Luppi nos hemos ido a tomar un par de vinos y compartimos media pizza porque a la otra pizza y media se la comió él. Es un tipo encantador, con el siempre tenes un tema de conversación y es muy afectuoso. Se lo ve muy sincero, no es un tipo que no busca quedar bien con la gente. Él dice lo que piensa y ahí es donde conectamos bastante. Estando con él, por ejemplo, tome la decisión de hacer una película. Fue clave. Me llamaban por teléfono y él me aconsejaba. “Decile que no”. Lo hacía y me volvían a llamar. “Otra vez deciles que no”, me decía. Hasta que me dijo que estaba bien, que arreglara. Fue como un guía, y desde lejos, cerré para filmar otra película.
¿Que aprendiste, en cambio, con un actor como Jorge Marrale en Vidas Robadas?
Jorge es un tipo totalmente desprejuiciado para trabajar y en eso es un ejemplo a seguir. No le tiene miedo al ridículo o al error, y entonces se equivoca poco. Al no tener miedo al error, te equivocas poco, vas y hacés. Cuando empecé a grabar Vidas robadas, un día le dije: “No sé muy bien qué estoy haciendo”. Y él me respondió que era lo mejor que me podía pasar porque estaba haciendo algo. Me sugirió que dejara que el personaje fuera por delante de mi persona y ese mismo día lo puse en práctica. Deje que el personaje llevara adelante la situación.
Te entregaste…
Sí, y recién ahí empecé a disfrutar de una manera increíble y a sentirme cómodo. Dejé de juzgar lo que hacía, dejé de tener prejuicios con el personaje. Y deje de temblar completamente, volviendo a lo que decía antes (se ríe), porque me empecé a divertir. Es fundamental saber escuchar. Me acuerdo que otro día, una compañera de trabajo, María Florentino, me dijo. “En cuanto le encuentres vulnerabilidad a Dante, vas a destrozar corazones”. También paso algo así finalmente y fue tan simple como poder escuchar, probar y sentirme cómodo… Por este tipo de cosas siento que esta novela cambió mi relación con la actuación, fue como un antes y un después: pude soltar, jugar, experimentar. Y reconfirmar que uno tiene que ir en busca de lo que quiere; olvidarse un poco de lo que van a decir porque siempre van a decir algo. No importa tanto eso, importa lo que te pasa, lo que sentís y como te llevas con lo que hacés.
¿Esa seria tu fórmula del éxito?
Supongo que tendría que ver con eso. El éxito es increíble. Realmente, de no creer. Igual que la felicidad, no sé. ¿Cómo podes ser feliz si miras a través de esa ventana y un niño del otro lado de la calle está en patas y tiene la mirada triste? ¿Cuán feliz puedo ser yo en este momento? Lo que puedo hacer en todo caso, es vivir lo más plenamente posible. Intentar ayudar en algo, colaborar en algo en la medida que se pueda y seguir. Mirá, nosotros venimos de un agujero y vamos habías otro, y en ese tránsito lo único que yo deseo es vivir lo más intensamente posible. Hace un tiempo escuché a un hijo decirle a su padre que estaba aburrido y el padre le contesto: “Es un buen momento para que te pongas a crear”. Eso es lo que yo empecé a hacer. Desde chico, en los momentos en los que me sentía aburrido, empezaba a crear. ¿Cómo lo hacía? A través del juego, imaginaba, siempre a través del juego y la imaginación. Eso es algo que todos podemos hacer. Es un entrenamiento, como todo, y si no lo ponés en práctica, el impulso se atrofia. Yo trato de nutrirme permanentemente. *
LA CALLE CORRIENTES, SORIANO Y LA MAGIA DEL CINE
Con el cine tengo una relación muy linda porque me abrió la puerta al trabajo de la mano de Héctor Olivera con Ay, Juancito, y después pude tener continuidad de trabajos en cine. Yo empecé a ver películas cuando era chico, pero recién en la adolescencia, cuando empecé a estudiar teatro y venia de Laferrere, donde vivía, pude hacerlo en la Capital. Me encantaba caminar por la avenida Corrientes y ver todas esas luces. Estudiaba teatro y creo que ya caminaba como actor, con ese andar. Todo aquello me abrió un mundo. Ya a los 20 años me vine a vivir solo y empecé a leer mucho, iba al teatro al cine, a los museos. El primer libro que leí y me quedo grabado a fuego fue Triste, solitario y final, de Osvaldo Soriano. También veía películas y recuerdo especialmente algunos trabajos de Al Pacino, Robert De Niro , Dustin Hoffman, Sean Pen y Gary Olman. Todavía me gusta ir al cine solo. Cuando había un hueco en la grabación de Vidas Robadas, si tenía tres horas, me iba a ver alguna película, me refugiaba en el cine.
Fuente: Revista Cinemania de Diciembre